sábado, 2 de abril de 2011

Perdonar es sanar nuestras heridas...





La única medicina que existe para curar nuestras heridas se llama "Perdón", pero no la venden en la farmacia. Para perdonar debemos decidir perdonar. Es un proceso, es una decisión, es una determinación que liberará nuestra energía.

Todos tenemos heridas: unas leves, otras más grandes, y a veces, unas que parecen incurables. Las heridas dejan cicatrices, para recordarnos cómo fue que nos lastimamos. Perdonar no es olvidar. Es bueno no olvidar cómo fue que nos hicimos daño, para no cometer de nuevo el mismo error.

Es distinto tener la cicatriz a estar rascando la herida hasta que se infecte. ¿Cuándo es el momento de desapegarse del dolor? Es una pregunta casi sin respuesta. A cada quién le llega su momento de decidir seguir adelante sin el peso del dolor. No hay un tiempo convencional, depende de muchos factores: cuál es la pérdida, quién lo provocó, si fue mi responsabilidad o no, cómo era mi relación con el otro…



Se ha escrito mucho sobre las etapas del duelo. Podemos suponer que las personas tenemos ciclos muy parecidos para enfrentar el dolor. Primero lo negamos y queremos pensar que la pérdida no ha sucedido, pero la realidad se impone y la ausencia del otro nos confirma día a día que es cierto que ya no está.

Después solemos enojarnos: con quién nos lastimó, con quién se murió, con la enfermedad, o con nosotros mismos. Es mejor estar enojados que negar. La energía del enojo nos habla de vida. Pero no debemos quedarnos enojados demasiado tiempo. Hay quiénes se quedan estancados en alguna etapa y sus vidas dejan de funcionar.

A veces, entra la etapa de negociación: hacemos propuestas, fantaseamos, creemos que es posible regresar el tiempo. El daño ya está hecho. Lo que dije, lo que no dije, lo que hice y lo que no hice ya está. No hay “sí sólo hubiera…”, por favor, intenta no te quedarte en esa etapa de estar dándole vueltas y vueltas en la cabeza a lo que hubieras hecho diferente. Todo está ordenado.

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